lunes, 21 de julio de 2008

Extracto de “Para los Jóvenes”



Juventud



Es a los jóvenes a los que quiero dirigirme. Que los viejos, me refiero, claro, a los viejos de corazón y pensamiento, dejen esto y no cansen sus ojos leyendo lo que nada les dirá.
Te supongo de dieciocho o veinte años, has acabado tu aprendizaje o tus estudios, te incorporas en este momento a la vida. Supongo tu pensamiento libre de las supersticiones que han intentado imponerte tus maestros; supongo que no temes al demonio, que no vas a oír perorar a curas y ministros. Y también que no eres un petimetre, uno de esos tristes productos de una sociedad en decadencia que despliegan sus pantalones bien cortados y sus gestos simiescos en los parques, que incluso a su temprana edad sólo desean insaciable placer a cualquier precio … supóngote, por el contrario, un buen corazón; y por esta razón a ti me dirijo.
Sé que se te planteará una primera pregunta. Te has dicho muchas veces: ¿Qué voy a ser? De hecho, cuando un hombre es joven comprende que después de haber estudiado un oficio o una ciencia varios años (a costa de la sociedad, no lo olvides) no lo ha hecho para utilizar lo adquirido como instrumento de pillaje en beneficio propio, y ha de ser realmente un depravado, estar del todo corrompido por el vicio, si no ha soñado aplicar un día su inteligencia, su capacidad, sus conocimientos a ayudar a la liberación de los que se arrastran hoy en la miseria y la ignorancia.
Eres uno de los que han tenido esa visión, ¿verdad? Pues bien, veamos lo que has de hacer para convertir en realidad tus sueños.
No sé en qué clase social naciste. Quizás te favoreció la fortuna, y pudiste centrar tu atención en el estudio de la ciencia; quizás seas médico, abogado, hombre de letras o científico. Ante ti se abre ancho campo. Entras en la vida con amplios conocimientos, con una inteligencia adiestrada. O quizás seas sólo un artesano y tus conocimientos científicos se limiten a lo poco que aprendiste en la escuela. Has tenido sin embargo la ventaja de aprender directamente que la suerte del trabajador de nuestro tiempo es una vida agotadora de trabajo.

A los jóvenes de la clase trabajadora



Es fácil ser breve hoy, al dirigirme a vosotros, la juventud del pueblo. La presión misma de los hechos os empuja a haceros socialistas, por poco coraje que tengáis para pensar y actuar.
Nacer entre la gente trabajadora, y no dedicarse a luchar por el triunfo del socialismo, es interpretar mal los auténticos intereses en juego, renunciar a la causa y a la verdadera misión histórica.
¿Recordáis cuando, siendo aún simples muchachos, bajabais un día de invierno a jugar en vuestro patio oscuro? El frío os helaba la espalda, no teníais abrigo, y el barro calaba vuestros pobres zapatos. Incluso entonces, cuando veíais pasar a lo lejos rechonchos niños ricamente vestidos, que os miraban con desprecio, sabíais muy bien que aquellos niños no eran iguales a vosotros ni a vuestros camaradas, ni en inteligencia ni en sentido común ni en energía. Pero más tarde, cuando fuisteis obligados a sepultaros en una sucia fábrica desde las siete de la mañana, a permanecer horas interminables junto a una máquina y, máquinas vosotros, os visteis forzados a seguir día tras día, durante años enteros, sus movimientos y giros con inexorable pulsación, durante todo este tiempo, ellos, los otros, recibían tranquilamente una instrucción en escuelas magníficas, en academias, en la universidad. Y ahora esos mismos niños, menos inteligentes, pero mejor adiestrados que vosotros, se han convertido en vuestros amos, disfrutan de todos los placeres de la vida y de todas las ventajas de la civilización. ¿ Y vosotros? ¿ Qué destino os aguarda?
Volver a viviendas pequeñas, oscuras, húmedas, en las que se hacinan en unos cuantos metros cinco o seis seres humanos. Donde tu madre, cansada de vivir, envejecida por el trabajo más que por los años, te ofrece pan y patatas como único alimento, enjugado con un brebaje negruzco irónicamente llamado té. Y para distraer tus pensamientos hay siempre una misma pregunta inacabable: ¿Cómo podré pagar mañana al panadero, y pasado mañana al casero?
¿Vas a arrastrar la misma existencia agotadora de tu padre y tu madre treinta o cuarenta años? ¿Vas a consumirte toda tu vida para procurar a otros todos los placeres del bienestar, la ciencia, el arte, y dejar para ti mismo únicamente la eterna ansiedad de si vas a poder conseguir un pedazo de pan? ¿Vas a renunciar para siempre a todo lo que hace tan hermosa la vida y consagrarte a proporcionar todos los lujos a un puñado de vagos? ¿Te consumirás en un trabajo agotador que te reportará sólo problemas, si es que no miseria, en cuanto los tiempos difíciles, los terribles tiempos difíciles, te lleguen? ¿Es esto lo que deseas para toda la vida?
Quizás renuncies. Quizás al no ver ningún medio de salir de tu condición te digas: Generaciones enteras han sufrido igual suerte, y yo, que no puedo cambiar esto, debo someterme. ¡Trabajemos pues y procuremos vivir lo mejor posible!
Muy bien. En ese caso la propia vida se tomará la molestia de iluminarte. Un día llega una crisis, una de esas crisis que ya no son meros fenómenos pasajeros, como antes, sino una crisis que destruye completa una industria, que hunde a miles de obreros en la miseria, que destroza a familias enteras. Lucharás contra la desgracia como el resto. Pero verás pronto que tu mujer, tu hijo, tu amigo, sucumben poco a poco a las privaciones, se desmoronan ante tus propios ojos. Por pura necesidad de comida, por falta de cuidados y de asistencia médica, acaban sus días en el jergón del pobre, mientras el rico vive su vida gozosa en las calles soleadas de la gran ciudad, ignorando a los muertos de hambre. Comprenderás entonces lo absolutamente repugnante que es esta sociedad. Reflexionarás entonces sobre las causas de esta crisis, y tus reflexiones penetrarán hasta las profundidades de esa abominación que coloca a millones de seres a merced de la codicia brutal de un puñado de frívolos inútiles. Entonces comprenderás que los socialistas tienen razón cuando dicen que nuestra sociedad actual puede y debe ser reorganizada por completo.
Pasemos de la crisis general a tu caso concreto. Un día en que tu patrón intenta una nueva reducción de salarios para exprimirte unos céntimos más y aumentar así, aún más, su fortuna, protestas. Pero él te contesta altivo: Pues vete y come hierba, si no quieres trabajar al precio que te ofrezco. Entonces comprenderás que tu patrón no sólo intenta esquilarte como a una oveja, sino que además te considera una especie de animal inferior; que no contento con tenerte apresado en sus garras implacables por el sistema salarial, ansía además convertirte en su esclavo en todos los aspectos. Quizás te doblegues entonces, prescindas del sentimiento de dignidad humana y acabes soportando todas las humillaciones posibles. Pero quizás se te suba la sangre a la cabeza, te estremezcas ante la odiosa pendiente por la que te deslizas, contestes y, sin trabajo, en la calle, comprendas cuánta razón tienen los socialistas cuando dicen: ¡Rebélate! ¡Alzate contra esta esclavitud económica! Entonces vendrás y ocuparás tu puesto en las filas socialistas, y lucharás en ellas por la completa destrucción de toda esclavitud: económica, social y política.
Todos vosotros, pues, jóvenes honrados, hombres y mujeres, campesinos, trabajadores, artesanos, soldados, comprenderéis cuáles son vuestros derechos y os uniréis a nosotros. Vendréis a trabajar con vuestros hermanos para preparar esa revolución que barrerá todo vestigio de esclavitud, que arrancará toda cadena, que quebrará todas las tradiciones viejas y gastadas y que abrirá a la especie humana un campo nuevo y mayor de vida jubilosa y establecerá al fin libertad verdadera, igualdad real, fraternidad sin trabas entre todos los seres humanos. Trabajo de todos, trabajo para todos: ¡el goce pleno de los frutos del trabajo, el desarrollo completo de todas las facultades, una vida racional, humana y feliz!
No dejes decir a nadie que nosotros, sólo un pequeño grupo, somos demasiado débiles para alcanzar el majestuoso objetivo al que nos dirigimos. Mira y verás cuántos hay que sufren injusticia. Nosotros, labradores que trabajamos para otro, y mascamos paja mientras el amo come trigo, nosotros, somos millones de hombres. Nosotros, trabajadores que tejemos la seda y el terciopelo para poder vestir andrajos, nosotros, también, somos una multitud innumerable; y cuando el estruendo de las fábricas nos conceda un momento de reposo, inundaremos calles y plazas como el mar en una marea viva. Nosotros, soldados a quienes se conduce con una voz de mando, o a golpes, nosotros, que recibimos balas para que nuestros oficiales consigan cruces y pensiones, nosotros, también, pobres idiotas que no hemos sabido hasta ahora nada mejor que enfilar los fusiles contra nuestros hermanos, sólo tendríamos que volverlos atrás, hacia esos personajes emplumados y condecorados que son tan buenos como para mandarnos, para ver que una palidez de pavor cubriría sus rostros.
Ay, todos nosotros juntos, nosotros que sufrimos y somos insultados diariamente, nosotros somos multitud infinita, nosotros somos océano que puede abarcar todo y cubrir todo. Cuando tengamos la voluntad de hacerlo, en ese mismo instante, habrá justicia: en ese mismo instante morderán el polvo los tiranos del mundo.



Piotr A. Kropotkin

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